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CATEGORÍA D

Premio Narrativa

Título: Triste Navidad

Autora: Carla López de Zamora Pagán

Triste Navidad

Era una fría y oscura noche de finales de diciembre. 2013. Domingo 24, las seis de la

mañana. Acababa de mudarme a un asqueroso pueblo llamado Caudete. Mis padres

habían decidido arrancarme de mi vida en mi ciudad para volver al pueblo donde nació mi

madre para que ellos pudiesen cuidar del padre viudo de mi madre al que le había dado

recientemente un infarto. Así de fácil. Con doce años llevarme a un minúsculo pueblo al

que solo he ido una vez de vacaciones y alejarme de mis amigos. Un tremendo error.

Me puse unas mayas negras y una sudadera azul, cogí la chaqueta y sin hacer ruido

salí a la calle. Aún quedaban restos de la fiesta de anoche y había algún que otro

borracho aguantando como podían su propio peso. Olía a alcohol y a orina. Fui a recorrer

el pueblo. Avancé a ciegas por un lugar que casi no recordaba. Llegué a una plaza con

una fuente en el centro y al final una iglesia. Al lado había un camino de piedras con una

puerta de metal. Comprobé que estaba cerrada y volteé. Sabía que no era una propiedad

privada, así que seguí andando hasta que al poco llegué a lo que parecía una muralla.

Otra cutre imitación. Subí unas escaleras y salté otra puerta. Se me enganchó la chaqueta

y casi me caigo. Subí por una cuesta pasando por casas de varios pisos y empezaron a

aparecer casas mucho más antiguas. Giré a la izquierda y seguí subiendo. Ahora las

casas eran muy feas y tenían un horrible color blanco descascarillado. Un asco. No

pensé que podía vivir allí nadie, pero había coches. Volví a la calle principal. Continué

hasta que vi la carretera y supe que ya no podía seguir más, al menos hasta que fuera de

día.

La débil luz de unas farolas gastadas me iluminaba el camino. Retrocedí por donde

había venido, pero ahora avancé por la calle que antes había dejado a medio recorrer.

Caminé por varias manzanas hasta que llegué a una calle en la que al final había unas

escaleras y un muro con pintadas. Decidí ir por ahí. Subí las escaleras hasta llegar a una

ermita y un albergue de peregrinos. Me acerqué al borde de una barandilla y miré el

pueblo desde las alturas. Entonces me pareció bonito.

Había llegado al final del pueblo. Si en mi antigua ciudad me hubiese propuesto cruzar

a este paso la cuidad de punta a punta habría tardado más de un día.

Bajé por una cuesta muy empinada y llegué a un parquecito. Aun quedaban vasos de

la fiesta de anoche. Me senté en un muro y miré hacia la montaña. Recuerdo que años

atrás mi padre me dijo el nombre, pero no lo recuerdo. Llevaba andando una hora. Pensé

que mis padres no se levantarían hasta las once por lo menos por que estarían cansados

por la mudanza. Aunque a lo mejor se levantaban antes para empezar a ordenar las

cosas. Pensé ambas posibilidades y me decidí por la primera. Me quedé sentada un buen

rato pensando en la vida que acababa de dejar atrás hasta que decidí explorar un poco

más. Hasta ahora el pueblo me había parecido extremadamente normal y aburrido. Y

parecía que no tenía nada que me pudiese llegar a interesar.

Estaba envuelta en mis pensamientos y, sin darme cuenta, había llegado de nuevo al

minúsculo y vacío centro de esta ratonera. Buscaba algo de verde, pero el césped del

Paseo me pareció demasiado artificial. Leí el nombre de la calle: Alcalde Luis Pascual. Al

final de la calle parecía que se volvía a acabar el pueblo. Caminé sin pensar hacia allí.