Cuando llegué a un decampado, giré a la derecha llegando a un camino delimitado por
árboles de baldosas rojas. El suelo estaba lleno de chicles. Pasé por delante de lo que
parecía un convento de monjas y luego por un colegio y un edificio que parecía un
orfanato, aunque luego leí que era otro colegio. De vez en cuando había pilares con rejas
y una imagen de la Virgen o de Jesús. Pensé que se pasaban un poco de religiosos estos
de pueblo. Pasé por el que sería mi instituto si no ocurría nada que hiciese que volviera a
mi verdadera casa.
El camino era cortado por una carretera al lado del polideportivo. Crucé la carretera y
continué por ese camino rojo. En el suelo había pintadas, que era lo único en el pueblo
que me indicaba de que había gente joven. Miré el móvil, las ocho menos diez. Tenía que
darme prisa si quería recorrer el pueblo, porque la opción de que mis padres se
despertaran pronto aún no estaba descartada. Veía el final del camino y lo que de lejos
me pareció una mancha amarilla iba empezando a tener forma de, como no, iglesia. Entré
en un parque y me senté en el tejado de una caseta cerca de una fuente seca. Me pareció
bastante deprimente.
El sol que empezaba a acariciar mi cara me despertó. Miré asustada el móvil, temiendo
lo peor. Solo eran las ocho y cuarto. Respiré profundamente y bajé de un salto. Opté por
un camino al borde de la carretera en el que había bancos de metal mirando hacia la
carretera. Me pareció algo bastante estúpido porque me imaginaba esto:
-Venga hijo, vamos a sentarnos a ver pasar los coches y a tragar el nocivo humo que
sale de ellos
Los pequeños arbustos de rojos frutos se transformaron en edificios. Me pregunté si es
que no había agua en este pueblo al ver otra fuente seca. También había un ambulatorio
demasiado moderno para un pueblo tan mediocre. Me pareció interesante y crucé la
carretera para verlo. Salí de mi sorpresa enseguida porque descubrí que estaba
inacabado. Miré la hora, ocho y media. Tenía poco tiempo porque ya empezaba a haber
gente paseando. Crucé a paso ligero un descampado únicamente habitado por un par de
árboles secos y grises.
Había llegado al polígono industrial. Me pareció un sitio algo aburrido para pasear, pero
como no tenía nada mejor que hacer, seguí caminado. Llegué a un puente y abajo vi un
parque con árboles con carteles. Retrocedí y bajé a ver que eran. Leí uno. Se supone que
cada árbol lo plantó un niño.
Fui hacia el otro lado del puente y me acerqué a una estación de tren abandonada. Qué
pueblo más bonito: arboles seco, fuentes sin agua, estaciones de tren abandonadas,
ambulatorios sin futuro y todo todo lleno de iglesias. Horrible. Volvía a casa.
Mis padres aún no se habían despertado, por suerte para mí, así que me volví a poner
el pijama y me tumbé en la cama con el móvil. Unos diez minutos después se despertó mi
padre. Me hice la dormida y apagué el móvil. Dejé pasar el tiempo para no levantar
sospechas y me levanté. Me hice el desayuno y me puse a ver la tele. Mi padre me
preguntó extrañado por qué me había despertado tan temprano y le contesté con la
excusa que tenía pensada desde esta mañana
- No he podido dormir por los nervios de la mudanza.
Me miró y volvió a su habitación con el ordenador. Cuando terminé de desayunar se
despertó mi madre y fuimos a ver a mi abuelo. Estaba tumbado en una cama con el
cabecero de madera oscura y pringosa. No llevaba puesta la dentadura y tenía el pelo y la
cara muy blancos. Evité entrar en la habitación porque me agobiaba bastante el olor a
viejo por los muebles y la visión de mi abuelo me hacía imposible mantener la calma. Salí