a la terraza y encontré la forma de subir al tejado. Supuse que mis padres tardarían
media hora en ir a buscarme. Por primera vez desde que llegué me sentí a gusto en este
lugar. Me senté y respiré profundamente. Dejé pasar el tiempo pensando hasta que pensé
que sería hora de bajar.
Cuando volvimos a casa era ya hora de comer. Mi padre hizo la comida y yo me fui a mi
habitación a dibujar. Comimos en el salón y le dije a mis padres que me iba a explorar el
pueblo.
En realidad sólo había un sitio al que quería volver. Como ya conocía el camino me fue
fácil llegar. Me quité los zapatos y los calcetines y caminé sintiendo el frío hierro de las
vías del tren. Cuando el frío se me hizo insoportable, me puse los zapatos.
Recorrí de nuevos las calles hasta llegar a la ermita donde esta madrugada había
observado el pueblo. Cerré por unos minutos los ojos.
Cuando llegué a casa empezaba a anochecer. Mi padre me dijo que íbamos a cenar en
casa de mi abuelo para hacerle compañía. Mamá había hecho la cena. No me gustó.
Cuando estábamos terminando de cenar, mi abuelo empezó a respirar cansadamente.
Mis padres se preocuparon y lo llevaron al hospital. Yo me quedé en su casa y cuando
supe que ya estaban lo bastante lejos, subí al tejado. El frío me cortaba la cara. A las once
y media volví dentro. A las doce llegaron mis padres y me encontraron viendo la tele.
Volvimos a casa.
Cuando desperté encontré a mi padre haciendo las maletas. Le pregunté dónde estaba
mamá y me contestó que mi abuelo había muerto por la noche en el hospital y que mi
madre estaba con los médicos. Volvíamos a casa.