CATEGORÍA D
Segundo Premio Narrativa
Título: Lo que nunca tuvo
Autor: Stella María Sam Pagán
Y allí me encontraba yo, tirado en el áspero suelo, con mi rostro sobre su superficie fría.
Ríos de sangre brotaban de mi herida e impregnaban mi traje, mi valioso traje. Había
llegado muy lejos, pero no daba crédito a que mi historia se quedara allí, en esa
habitación oscura, donde por el eco, su risa triunfante había rebotado junto al sonido de
un disparo, que lamentablemente llegó a posarse drásticamente en mi pierna. No sabía si
debía levantarme, pero de todos modos no quería, prefería quedarme ahí. No valía la
pena intentarlo, ya no quería luchar por la vida, levantarme y volver a luchar por ella. Ella,
la vida, que había sido tan cruel, dura y cruda conmigo; a pesar de que la mayor parte, a
penas la recordara.
Todo comenzó cuando me encontraron con heridas en el rostro y en todo el cuerpo
en la calle, una noche de verano en 1933. No recordaba nada, ni mi nombre, mi familia,
mi hogar: NADA. Estuve varios días en comisaría, intentaban hablar conmigo, pero en
vano, estaba perdido y el temor se apoderaba de mí. Como nadie preguntaba por un
joven de origen irlandés de 25 años, pensaron que lo mejor sería que comenzara mi vida
de nuevo, me dieron un poco de dinero, 600 $, y me dejaron libre por las calles de Nueva
York, ¿a quién se le hubiera ocurrido?
Pasados unos días, después de encontrar un barato apartamento, comencé a buscar
trabajo. Al regresar de otra prueba del hospital para iniciar con un tratamiento para mi
amnesia, encontré, caminando por Central Park, o al menos eso indicaba mi mapa
inseparable, a una mujer con su rostro en las manos, llorando y llorando. Me daba pena,
y como era extraño que nadie le preguntara que le sucedía, me acerqué a ella. Oyó mis
pasos e inmediatamente alzó la vista y me miró indiferentemente, era bellísima, sus
cabellos morenos caían sobre sus hombros en una trenza y sus ojos claros resplandecían
por las lágrimas, era negra, por eso nadie se acercaba a ella: racismo. Me miró durante
unos segundos indiferentemente, quizás explorando las cicatrices de mi rostro
desencajado, y volvió a bajar la vista y continuó con su llanto. Me senté junto a ella en el
banco y le dije:
-¿Puedo ayudarte? –Continuó llorando como si hubiera oído llover- ¿Estás bien? ¿Puedo
hacer algo por ti?
-Thomas… Thomas…-lloró la mujer- Mi marido, mi pobre marido. ¡Está muerto!
-Hm… Lo siento mucho, señorita.
-Tranquilo, no fue tu culpa, bueno, aún no se sabe quién fue el culpable, ¿sabe?
Continuaba con su rostro sobre
-¿Una enfermedad?- pregunté temeroso a su respuesta, ya que parecía muy excitada.
-Para nada. ¡Un asesinato! Encontré su cadáver en casa, yo había salido a trabajar y
cuando volví a casa, lo encontré allí, en el suelo. Con una pistola a su lado, todos dicen
que fue suicidio, pero yo sé que eso no es verdad. Él amaba la vida, amaba a su familia,
me amaba a mí. No teníamos mucho dinero, pero, de todos modos éramos felices
Cada vez que pronunciaba „‟él‟‟ en referencia a su marido o „‟Thomas‟‟, se estremecía,
era muy triste. Según, sus palabras, dejó a tres niños, dos niñas y a una mujer sin la
figura de un padre y un marido. Al ser negra, nadie creía sus palabras todos hablaban
sobre la posibilidad de ser suicidio, pobrecita, había quedado sola con cinco hijos a los
que mantener pobremente y frente a una sociedad racista como la que se vive: era
absolutamente una injusticia.
-Gracias por escucharme, no hay gente como usted en estos días de sufrimiento, ¿sabe?
Su historia también resulta muy triste, nadie debería sufrir tanto, es muy duro.