estómago cada una de las llaves del dragón. Lo vi conseguir un pesado trozo de metal
alargado y también vi al hombre reducirse a tan solo piel, como si la llave fuese un tapón
que contenía el aire en su interior.
Bajé saltando sobre los cuerpos que me guiaban desde el piso de arriba hasta la entrada
y el tigre se tumbó para que subiera en él. Acaricié su denso pelaje grisáceo
agradeciéndole que hubiese abierto la puerta para mí, y tras años de prisión, el sol volvió
a besar mi nevada piel, descongelando mis huesos. Paseamos entre los jardines de
burlonas rosas rojas cuyas risas entraban por mis oídos tratando de agujerear mi cabeza.
Decían ser más bellas, que tan solo me reconocían por las ropas puesto que estaba
masacrada por el peso del aire. A mí, que las había cuidado y amado tanto antes de
volver a verlas, me asfixiaban con sus espinados brazos. Me descubrí temblando en mi
camisón de seda desgarrado por sus pinchos, y al tigre luchando contra sus pétalos,
cayendo enamorado de su perfume. Mi tigre. Mi tigre me abandonaba, y yo quedaba sola,
demente y herida bajo un sol moribundo. Temblando de frío, dolor e impotencia.
Temblando de miedo, de agonía, de enfermedad. Temblando de emoción por volver con
las estrellas, con volver con los míos. Entonces, en un momento de lucidez, encontré las
manchas en mi cuerpo, recorriéndolo como cucarachas a través de mi torrente sanguíneo.
Y supe lo que venía. Una maldición del destino se ceñía sobre mi familia, y yo no iba a ser
una excepción. Los candados que mi mente había creado sobre la realidad, un colchón
para mi inminente caída, quedaban reducidos a escombros, mientras comprendía mis
años de encerramiento. Entonces me permití llorar. Por mi tigre, por los fantasmas, por los
libros de la biblioteca, por el monstruo que me había acogido en su interior. Los había
condenado a todos por ser fieles a mi persona, a alguien que ni yo misma me hubiese
reconocido. Lloré por mí, por no haberme dado cuenta de que no era más que una pistola
a manos de un psicópata, un tsunami que arrasaba con todo lo que me rodeaba.
Y finalmente todo se volvió negro, y me convertí en cenizas rodeada de las hermosas
rosas que minutos antes había tomado por fieras asesinas.
Fui reducida a tierra que el viento se llevará cuando sople un temporal, que se fundirá con
el océano guiada por la lluvia, que recorrerá mi piel enferma hasta encontrar mi hueco al
lado de la luna.