Desde aquí, junto al cadáver que se está quemando, quien con este último acto
consuma su paso por esta vida terrenal en cumplimiento de lo que son sus propias
creencias, observo a mi alrededor como unos niños, portadores de sendas latas de
hojalata con un alambre como asidero, recorren los restos de las piras que ya han
acabado con el sacro proceso, a la espera de un próximo
cliente
, para llenarlos con las
ascuas que todavía persisten en su ignición y que sus padres utilizarán más tarde como
preciado combustible gratuito en los fogones de sus hogares. En las inmediaciones, un
perro famélico merodea el lugar, quién sabe con qué intencionalidad, y es entonces
cuando decidimos que el momento de dar por finalizada la experiencia ha llegado. Le
hago una indicación a nuestro
valedor
en este tétrico acto y comenzamos a desandar las
empinadas escaleras hasta ganar la calle. Pago con gusto y en demasía la deuda
contraída por los servicios prestados, porque la experiencia vivida lo ha valido con creces,
y con las expectativas del día más que cumplidas regresamos a nuestro humilde hotel
mientras nuestras pituitarias no dejan de recordarnos durante el trayecto el espectáculo
que acabamos de presenciar. Una sensación que persistiría hasta varios días después y
que todavía sigo experimentando cada vez que el recuerdo de esta secuencia inolvidable
del viaje vuelve a mi memoria.