-¿Os habéis preguntado siquiera por qué ya no somos capaces de hablar ni entre
humanos? -esta pregunta formó un silencio en el aire-. Todos podemos ser felices si
llegamos a un acuerdo, es muy triste que entre seres de un mismo tipo no seamos
capaces de hablar. ¡Explicadme cómo es posible que tengamos problemas de
comunicación entre nosotros mismos! –le contesté con rabia a mi padre.
Un silencio abrupto se formó en el aire. Entonces, mi padre, muy enfadado, señaló la
puerta de nuestro hogar, obligándome a irme a la calle. Yo me fui resignado y enfadado,
habíamos encontrado después de tantos años una manera para poder ser escuchados y
hablar tras de todos los estragos que habían provocado nuestros problemas de
comunicación y se negaban a verlo. Entonces recordé que me había dejado mi guitarra en
casa y decidí ir a por ella para poder desahogarme.
Cuando entré a mi casa comenzaron a brotar mil lágrimas que descendían con furia por
mis mejillas. La guitarra estaba en el suelo, rota y en pedazos. Mi padre y mi madre me
miraron resignados. Yo solo cogí todos los pequeños trozos de la guitarra y salí corriendo
de mi casa, alejándome lo máximo posible de ella. A pesar de que la guitarra estaba
destrozada las cuerdas seguían intactas. Decidí llevar la guitarra, que ahora se
encontraba exactamente igual que cualquier edificio u objeto masacrado por la guerra, a
quien me reveló qué era aquel objeto, a la persona más anciana y sabia del pueblo,
Soledad. Pero entre todas las lágrimas que habían brotado como un manantial de mis
ojos no pude vislumbrar los aviones de guerra que se acercaba, acechantes y peligrosos,
a la ciudad.
Cuando llegué a su casa la anciana Soledad se echó las manos a la cabeza.
-¿Cómo has permitido que hagan esto? –dijo ella.
-Yo… Yo… -no supe explicarle todo.
-Da igual… No te preocupes… ¡Yo lo repararé!
-Usted… ¿Sabe cómo funciona? – le pregunté sorprendido.
-¡Pues claro! Pero debes darme unos minutos y te haré el mejor arreglo posible antes de
que lleguen –dijo Soledad preocupada.
-¿Qué llegue quién? –pregunté confundido.
-¡El frente de guerra enemigo! ¡¿No los has visto?!
Me asomé a la calle y vi como una poderosa multitud de soldados y aviones estaban
entrando en la ciudad para masacrarlo todo.
-¡Repárala rápido! ¡Debemos tratar de detenerlos!
-Estamos perdidos jovencito… Nuestro ejército no llegará a tiempo para defendernos…
-Pero podemos tratar de hablar con ellos –contesté decidido.
Soledad se quedó asombrada tras comprender lo que pretendía hacer y entonces