IV: DIMAS
Mi nombre es Dimas y soy bibliotecario. Escogí esta profesión porque cumplo el requisito
indespensable para desempeñarla: adoro los libros. Ellos son el único amor al que me
debo. Soy muy callado, y exageradamente tímido; el trato con los demás no me interesa
en absoluto, y en los años que llevo al pie del cañón, jamás me he tomado interés por
nadie. Por eso ahora, ¡no sé qué me pasa! Mi rutina se ha trastocado con la llegada de
una íngrima mujer, que cada día pasa las mismas horas que yo en la biblioteca. Podría
asegurar que ha leído, si no todos, la gran mayoría de libros de que disponemos, y con
relativa rapidez. Lo extraño no es eso, sino la forma en que lo hace; es como si formase
parte de ellos, multiplicándose en cada movimiento, como si fuese varias a la vez. Una
mujer fascinante toda ella, que no habla pero expresa, me tiene hechizado. Ahora además
escribe, y me muero por leer una sola línea, aunque eso como supondrán, es imposible;
no por ella, que de vez en cuando deja sus textos sobre la mesa; es por mi, ya lo he
dicho, no supero mi miedo.
Cuando cae la noche, estamos siempre completamente solos y es cuando más nervioso
me pongo. Apago las luces, ella recoge apresurada y pasa por delante de mí, con su
particular movimiento atrayente, como si arrastrase a los espíritus, y no soy capaz de
mirar y mucho menos de emitir palabra; pero hoy cuando he terminado de accionar los
interruptores y todos los neones han dejado de iluminar; a diferencia de siempre, ella no
se ha levantado, ni siquiera se ha movido. Tiene la cabeza apoyada en la mesa, sobre sus
manos y respira acompasadamente; está dormida.
Esto tenía que pasar antes o después; debe estar agotada la pobre.
Puede que aproveche para acercarme y espiar de cerca su escrito; o puede que tenga
que despertarla cual príncipe azul; o quizás yo también me apoye en mi mesa y me deje
acunar por los brazos de Morfeo...
Lo que es seguro es que no me moveré de aquí, porque éste es nuestro lugar y aquí nos
vamos a quedar...