incapaces de cumplir. Volver a casa le parecía una traición, no hacerlo más aún. Pero era
incapaz de estar sola, así que pasó su primera noche durmiendo con Rebeca, con el
corazón hecho añicos.
La mañana parecía intentar darle una luz nueva a su destino pues el sol se deslizaba a
través de las cortinas llenando la habitación de destellos dorados. Pero sobre Julia se
ceñía una nube negra. Besó el cuerpo junto al que había dormido, revuelto entre las
sábanas y, sin despertarlo, salió del apartamento.
Consiguió reunir el valor suficiente para tocar a la puerta de su casa, donde le recibió su
madre con una cara que asustaría hasta al más valiente. Agarrándola de la camisa, la
forzó a sentarse y comenzó a hablarle con su severa voz:
- ¡Eres una insensata! ¿Cómo te atreves a irte con ese amante la misma noche que
se te propone matrimonio? Eres una egoísta, nada más que una niñata.
¡Necesitamos ese dinero! No volverás a verte con ese hombre, quienquiera que
sea!– Una fuerte bofetada le giró la cara.
Si ella supiera dónde había pasado en realidad la noche su hija…
- Madre, déjelo. He tomado mi decisión. – Tomó todo el aire que sus pulmones
fueron capaces de contener.- Voy a casarme.
Sabía que estaba actuando en contra de ella misma. Sabía la vida que le esperaba,
esposada para siempre a una casa a la que no pertenecía, dejándose morir lentamente
mientras su amor, del que ni siquiera se había dignado de despedirse más que en
susurros mientras ella seguía durmiendo, se encontraba a mundos de distancia, aunque
tal vez sus miradas se cruzasen, un día cualquiera, a la hora del café, en el habitual bar
de la esquina.