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CATEGORÍA E

Primer Premio Narrativa

Título: VIDA INCOMPRENDIDA DE UN MOSQUITO

Autora: LOLA ESTEVE DÍAZ

VIDA INCOMPRENDIDA DE UN MOSQUITO

Ni siquiera habían llegado y ya les estaba echando de menos. Al pobre socorrista le había

tocado “pringar” aquella mañana. Estaba maldiciendo por lo bajo mientras limpiaba la

piscina con aquella red. Es un poco triste ver compañeros tuyos flotando así en el agua,

pero día a día, te acostumbras.

El conserje ya le estaba metiendo prisa al pobre. Los niños esperaban impacientes en la

puerta. Vi muy angustiado al socorrista, ya se olía que iba a ser un duro día. Fui bueno, y

para que se fuera contento, le di un picotazo suave detrás de la oreja, para que se

acordara de mí el resto del día. No pareció darse cuenta. Bueno, tiempo al tiempo.

Los socorristas siempre saben un poquillo a tensión. Siempre velando por la vida de los

demás, por aquellos niños (y no tan niños) inconscientes que se empeñaban verano tras

verano, día tras día, en romperse la crisma contra el bordillo.

Le hizo una señal al conserje, que abrió la puerta y dejó que los alocados niños

disfrutaran de la piscina. Los más impacientes, ya iban sin ropa, lanzaron sus toallas al

césped y se zambulleron rápidamente en la piscina.

Comencé a sobrevolar la piscina. Mmm, que bien olían los niños. Olían a alegría e

inocencia. Me estaba relamiendo ya solo de pensar en el festín. Iba distraído, volando

lentamente hasta que un manotazo brusco me desvió del rumbo. “¡Uy, a ese casi lo pillo!”.

Oí que exclamaba una de aquellas personitas mientras caía en picado. Conseguí

remontar el vuelo justo a tiempo. El césped es una zona peligrosa; las arañas guardan

muy violentamente su territorio y no me hubiese gustado convertirme en el almuerzo de

ninguna de ellas. ¡Ay, los niños! A veces pienso que me costaría quererlos si no fuesen

tan deliciosos. Siempre tienen esa fascinación por golpearme… Parezco la pelota de un

partido de tenis.

Pasaba el tiempo, y cada vez entraban más niños. Los que no habían venido con sus

madres adquirían al tiempo un tono más y más rojizo. A ellos les iban a doler mis

incursiones. Había reconocido el terreno y pensé que ya era hora de tomar algo para

refrescarme. El calor era increíble. Vi a una niña pequeña debajo de una sombrilla.

Parece que no le apetecía mucho darse un chapuzón. Decidí ayudarla, no podía

desperdiciar el último día de piscina cruzada de brazos, no lo permitiría. Me acerqué

sigilosamente a sus pies y probé su dedo gordo. La piel estaba muy dura, pero aún así

conseguí beber algo. ¡Qué bien sentaba aquello después de una mañana al sol! La rodeé

y le piqué en el omoplato. Esa picadura fue un poco malvada, ya que ahí no podría

rascarse la pobre. Para calmar mi sed definitivamente, fui directo a la yugular. Me sentía

un poco vampiro pero, merecía la pena, ¡qué sangre tan dulce! Aquella niña no tardaría en

meterse a la piscina a causa del picor. Remonté el vuelo sonriente con la sensación de

haber hecho una buena obra.

Se hizo la hora de comer. Salieron del agua y cogieron sus bocadillos. Algunos comían en

el bar con sus padres o con sus amigos. Yo no desperdiciaba oportunidad. La sociedad

nos tiene catalogados como muy sangrientos, pero no es del todo cierto. A mí me gusta

muchísimo pasearme por las mesas y picotear todo aquello que traen los camareros.